Cónclave y ruleta vaticana: las casas de apuestas también quieren elegir al Papa
La silla de Pedro está vacía, y mientras en Roma suenan los ecos de rezos y diplomacia, en el resto del mundo suenan... las apuestas. Sí, la elección del nuevo papa ya no es solo tema de vaticanistas y teólogos: también mueve fichas en los mercados de juego.

Con la muerte del papa Francisco, se abre no solo una nueva etapa para la Iglesia Católica, sino también una incógnita global. Su elección en 2013 fue celebrada como una mudanza simbólica del centro católico hacia el sur global, aunque más por el mapa que por un terremoto doctrinal. Ahora, lo que se viene es un cónclave que será tan espiritual como geopolítico. Porque elegir un papa es casi como elegir a un jefe de Estado de 1.300 millones de fieles... sin campaña, pero con mucho lobby.
El cónclave: encierro, secretos y humo blanco
Para entender lo que viene, empecemos por lo inmediato. Según María de los Ángeles Lasa, quien publicó un análisis finísimo sobre los últimos diez cónclaves del siglo XX y XXI, el promedio de duración de estas ceremonias ronda los 3.2 días. Con menos de 15 votaciones en cada caso, la mayoría de los papas fue elegida antes de llegar a la décima ronda. De hecho, la mitad salió electa para la sexta. Lasa predice que esta edición no romperá el molde: entre 4 y 6 rondas, y en menos de tres días ya habría nuevo sumo pontífice.
Pero lo fascinante no son solo los números. Pensemos esto: el líder espiritual de más de mil millones de personas será elegido por un grupo de hombres mayores, todos célibes, encerrados en una sala sin teléfonos ni redes sociales. El cónclave suena a reliquia medieval, pero esconde una paradoja: es un anacronismo profundamente moderno. Una especie de democracia sin pueblo, una elección ritual antes de que la democracia fuese cool.
Porque claro, la Iglesia no es una institución democrática. Los cardenales no representan ni al “pueblo católico” ni a su diversidad. Pero, aún así, la lógica del voto secreto, del consenso buscado tras muros de mármol, tiene algo de revolucionario. Antes de Rousseau o Jefferson, ya existía en la Iglesia una idea poderosa: incluso lo sagrado necesita deliberación.
¿Religión con ADN democrático?
No, la democracia no nació en la Iglesia. Pero la tradición judeocristiana siempre insinuó dos cosas inquietantes: que cada persona tiene valor propio y que la autoridad se discute. De esa tensión —entre la libertad y la necesidad de interpretar la verdad— surge, tímidamente, el principio democrático: no como certeza divina, sino como acuerdo humano.
Mas ande otro criollo pasa Martín Fierro ha de pasar, Nada la hace recular Ni las fantasmas lo espantan; Y dende que todos cantan Yo también quiero cantar.